Andrés es el discípulo conocido por traer personas a Jesucristo. Justo después de encontrarse con el Señor, presentó a su hermano Simón Pedro al Mesías. En otra ocasión, cuando una gran multitud tenía hambre, encontró a un niño con cinco panes y dos pescados, y lo llevó al Señor (Juan 6:8, 9). Cuando unos ciudadanos griegos quisieron conocer a Cristo, Andrés, junto a Felipe, se encargó de hablarles de Él (Juan 12:20-22). El discípulo tenía gran entusiasmo por el Salvador.
La propia experiencia de conversión de Andrés lo motivó a dar a conocer a otros a Quien había cambiado su vida.
¿Qué hay de usted? ¿Ha perdido el gozo de su salvación? Si su vida espiritual se ha vuelto monótona e insípida, es hora de recordar lo que Cristo ha hecho por usted, y pedirle que le restaure la alegría.
Piense en cómo anhelaba Andrés conocer al Salvador y pasar tiempo con Él (Juan 1:38, 39). El ejemplo del discípulo es un buen recordatorio de que la dulce comunión con el Señor no debe terminar con el tiempo devocional. También debe estimular el deseo de compartir con otros el gozo que encontramos en nuestra relación con Cristo. Andrés estaba motivado por su convicción de que el Señor Jesús era el Mesías (vv. 40, 41). Había encontrado la respuesta para un mundo perdido y angustiado, y quería que otros lo supieran.

Cuando Andrés respondió el llamado al discipulado, el Señor le dijo que estaría pescando hombres en vez de peces (Mateo 4:18, 19).
Como seguidores de Cristo, también tenemos dicha tarea. Nuestros estilos y oportunidades varían, pero cada uno de nosotros es responsable de desarrollar el hábito de llevar a otros a Cristo.
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