Jesús dice en Su Palabra: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas” (Mateo 11:28-29).
Déjame hacerte esta esta pregunta: si estuvieses gravemente enfermo, ¿a quién buscarías?
¿Te conformarías con el primer médico de oficio que te asignasen, o tratarías de buscar al mejor médico posible en esa especialidad?
Estoy seguro que todos querríamos ser atendidos por una persona que se esmere en lo que hace, y que nadie quisiera confiar su salud a una persona mediocre.
¿Y qué pasa con nuestra fe? La fe, para perdurar, necesita instruirse sin cesar, y la fuente de enseñanza más certera es la que viene del Maestro mismo: Jesús. Él nos ama, y desea guiarnos en todo: “Te haré entender, y te enseñaré el camino en que debes andar; Sobre ti fijaré mis ojos” (Salmo 32:8).
¿Qué tiene, pues, que enseñarnos? Pedro, que entendía la esencia de la enseñanza de Jesús, dijo: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna.” (Juan 6:68).
Esto es lo que el Señor desea enseñarte ahora: el descanso es saber pararse a uno mismo. Aprender a no agitarnos, a dejar de pelear en nuestras fuerzas. Es dejarnos llevar, soltar la carga.
Como María, echémonos a los pies de Jesús y escojamos la buena parte: la de dejarnos instruir por Aquél que tiene Palabras de vida eterna.
Hoy, te animo a que vayas al lugar secreto, a tu habitación, y que deposites tu carga a Sus pies. Luego sal y deja tu problema en la habitación, ahí, a los pies de Jesús. Dile con confianza: “Ahora eres Tú el que te encargas de esto”.
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