sábado, abril 20, 2024

¿Qué hacer cuando las cosas no salen bien?

Todos poseemos recursos para sacar lo mejor cuando las cosas se complican o no se cumplen nuestras expectativas. ¿Cómo transformar ese bache en una oportunidad?.

Con frecuencia, circunstancias que a priori son valoradas como negativas o adversas devienen en oportunidades o conllevan efectos beneficiosos o positivos.

  • Alguien se recupera en el hospital tras un accidente de tráfico y allí encuentra, sin buscarlo, el «amor de su vida».
  • Otra persona creía desesperar cuando su pareja le abandonó y con el tiempo y la distancia comprende cuán limitada había sido aquella relación y cuánto han mejorado sus días desde el fatídico momento.
  • La crisis económica está reactivando, en muchas personas, la capacidad de aprovechar mejor los recursos y de aguzar el ingenio.
  • Gracias al embotellamiento de tráfico que hizo que se llegara tarde al trabajo encontramos a un viejo amigo al que hacía mucho que no veíamos…

¿Cuántas cosas buenas pueden ocurrir después de perder algo que anhelábamos lograr o retener?

Son muchos los relatos de gente que «ha ganado después de perder» y que quedan sintetizados en citas, refranes e incluso cuentos.

Entre estos últimos destaca ese ya casi universal sobre un joven campesino que se libra de ir a la guerra porque el día antes se había caído del caballo rompiéndose la pierna, ante la indiferencia de su padre, que de entrada no juzgaba negativo el accidente ni positiva su exclusión de filas.

¿Realidad, leyenda, destino? ¿Qué hay de verdad en todo ello?

Educar una mirada

Pero seamos prácticos: está claro que doscientas personas no pierden el avión que se estrella justo después del despegue y que la lotería no le toca a todo el que compra un boleto. ¿Dónde reside, pues, la sabiduría del refrán popular que insiste en el hecho de que «no hay mal que por bien no venga»? Probablemente la clave radique en la propia mirada.

Refranes como el que mencionábamos, o el de «a mal tiempo, buena cara» son un canto a la esperanza, una incitación a aguzar una mirada positiva porque ella es, justamente, la que otorga la fuerza para adaptarse mejor a los reveses, gestionar la frustración con creatividad y enfrentar con entereza los acontecimientos más dolorosos.

«Todo acontecimiento conlleva algún beneficio para ti; basta con que lo busques«, nos recuerda Epicteto, un filosófo griego que fue esclavo durante parte de su vida en Roma.

Hay personas que han desarrollado la capacidad de ver la parte luminosa y positiva de las situaciones: las felices, las adversas y las neutras. ¿Cómo llegar a ser una de ellas?

Ningún efecto está garantizado –ni los buenos ni los malos–; no podemos controlar aquello que nos sucede pero sí nuestra actitud ante ello. Centrarse en lo que se puede hacer y enfocar la percepción en lo positivo hace surgir los propios recursos de un modo que acaba resultando más útil.

Sobreponerse a una decepción

Las cosas no siempre acaban bien o no siempre cumplen las expectativas previas. Pero, ¿significa eso que han acabado mal?

Los acontecimientos, en sí mismos, son neutros. Cuando contrarían las propias expectativas suelen etiquetarse como «malos», o incluso como «peores» si la brecha entre lo que se espera y la realidad resulta excesiva.

Sucede así tanto con los reveses y las dificultades cotidianas como con las situaciones más traumáticas aunque, desde luego, estas últimas nos afectan de una manera más brutal y, sin duda, son mucho más difíciles de manejar.

Por más que intentemos planificar, prevenir o controlar las cosas, la experiencia demuestra que se tiene infinitamente menos poder sobre los acontecimientos de lo que se desearía. La adversidad y los reveses de la vida son inevitables; decidir qué se hace a continuación es lo único que nos es dado gestionar.

Sabiendo esto, ¿por qué, pues, seguimos sorprendiéndonos desagradablemente cuando las cosas no son como las hemos imaginado?

Porque somos humanos y, en nuestra especie, el miedo al sufrimiento y al cambio es algo poderoso y ancestral. Se teme perder todo cuanto aporta seguridad y se rehúye la posibilidad de que las cosas se tuerzan o sean casi imposibles de subsanar.

Por eso es importante tratar de mejorar pero también tratarse a uno mismo con bondad, paciencia y compasión. Si el miedo es inevitable, no nos enfademos por ello; veamos, en cambio, cómo podemos afrontarlo.

Sea cual sea la intensidad de la circunstancia adversa, toda dificultad nos pone a prueba, obliga a ser creativo, a agudizar los sentidos, a volver la mirada hacia dentro en busca de los propios recursos y de las habilidades escondidas; unas veces para sentirse mejor; otras, simplemente para sobrevivir.

«El talento se educa en la calma y el carácter en la tempestad», escribió Goethe. Esto invita a reflexionar sobre la paradoja de que el sufrimiento aliente el aprendizaje y el crecimiento.

En una ocasión Jung felicitó a un amigo que se había quedado sin trabajo y sufría además un desengaño sentimental. Tras esa desconcertante enhorabuena, Jung le explicó que gracias a eso podría dedicarse a su desarrollo personal, algo que tal vez no habría hecho si todo en su vida rodase a la perfección.

En palabras de Alexandre Jollien, un filósofo contemporáneo con parálisis cerebral desde su nacimiento: «Es bien cierto que las dificultades con las que te encuentras pueden resultar formativas y que un hombre con un poco de cordura sacará más provecho de ellas que consultando obras eruditas».

¿Quieres acabar con una mala racha? NO LA ALIMENTES

Cuando las cosas no son como uno pensaba, cuando definitivamente van mal, dejarse llevar por la rabia o la frustración añade un sufrimiento extra que, mantenido en el tiempo, suele contribuir a enredar más las cosas.

A partir de ese estado emocional, es más fácil tomar decisiones impulsivas y menos útiles, o favorecer que los demás se alejen de uno, con lo que se malogra la principal fuente de apoyo. Esa mezcla de resentimiento e impulsividad puede desencadenar una mezcla de acciones y efectos de signo negativo difíciles de explicar.

Existen momentos en la vida en que todo parece confabularse en contra. Parece cierto que nadie lo ha buscado, pero cabría preguntarse: ¿nuestra actitud contribuye de algún modo a ello?

Debemos al dramaturgo inglés Charles Reade esta famosa reflexión: «Observa tus pensamientos, porque se convierten en palabras. Observa tus palabras, porque se convierten en acciones. Observa tus acciones, porque se convierten en hábitos. Observa tus hábitos, porque se convierten en tu personalidad. Observa tu personalidad, porque se convierte en tu destino«.

Si las cosas no han acontecido como esperábamos, ya no pueden ser de otra manera… Una persona puede quejarse, lamentarse sin cesar, entristecerse hasta la parálisis, dejarse llenar de ira o de indignación hasta el infarto, o bien aceptar la situación y ver de qué modo puede manejarla lo mejor posible y sacar provecho de ella.

Como dice Alexandre Jollien: «La vida –la experiencia concreta– nos da las armas para encontrar soluciones, soluciones que surgen poco a poco, a raíz de un diálogo: con los amigos, con la gente más cercana pero, sobre todo, con uno mismo».

También es necesario ir más allá del incidente y no limitarse a reaccionar de manera irreflexiva; conviene detenerse a pensar, a preguntarse por los recursos con los que uno cuenta, por lo que podría hacer y sus efectos.

Pero, dicho esto, ¿y si fuésemos capaces de mantener una mirada limpia de etiquetas que nos permitiese dejarnos sorprender? Lo positivo, los aprendizajes, están ahí, junto a todo lo demás: es solo cuestión de estar receptivo, de no cerrarse.

Luz y sombra coexisten, ¿por qué, pues, obcecarse con la oscuridad? ¿Cuántas cosas buenas nos habrán pasado desapercibidas simplemente porque estábamos demasiado ocupados en alimentar la rabia y la frustración porque las cosas no salían como nosotros creíamos que debían salir?.

Cómo adoptar una perspectiva constructiva

Este revés que se ha sufrido, ¿qué cosas positivas ha permitido ver, sentir y experimentar? Plantearse este tipo de preguntas una y otra vez, día a día, contribuirá a generar el hábito de sacarle provecho a las cosas, es decir, a la vida misma.

En la mayoría de los casos, la capacidad de encontrar cosas positivas a la adversidad se aprecia mejor una vez que la situación ha sido resuelta o manejada. Cuando todo ha concluido es más fácil sentarse a reflexionar sobre lo que ha pasado, a evaluar el resultado del propio esfuerzo, a buscar y otorgar un sentido a la experiencia vivida.

En este proceso es muy importante que la persona pueda centrarse en resaltar todo cuanto haya hecho para resolver con éxito la situación –enfocarse en los recursos propios– y en todas aquellas ayudas que ha podido tener.

La gratitud ayuda a apreciar la belleza y los aspectos positivos de cualquier circunstancia; permite aprender y crecer con la adversidad.

Nada puede lograrse sin la participación directa o indirecta de otras personas. Pensar en ello nos hace más humildes, lo que permite aprender más y suaviza la pena. Eso implica reconocer quiénes y de qué manera han colaborado en el manejo exitoso de la situación, aunque el «éxito» solo implique que uno se ha hecho capaz de convivir con una situación inmodificable.

La queja no ayuda; lo que ha acontecido ya no puede evitarse. Es mejor preguntarse qué puede hacer uno para resolverlo o para convivir con ello. Es útil esforzarse en hallar tres cosas positivas de cada situación inesperada o negativa. Conviene hallar respuesta a preguntas del tipo:

  • ¿Cómo se encaró la dificultad?
  • ¿Qué resultó útil?
  • ¿Qué reconfortó?
  • ¿Qué aportó esperanza?
  • ¿Qué ayudó a perseverar? ¿A resistir?
  • ¿Qué queda de bueno después de todo?

Muchas personas, después de esta reflexión, sienten una gran sensación de triunfo. Si eso ocurre, es muy buena señal, ¡disfrutémosla! Esta sensación es una parte importante del proceso de ganar resistencia y fortaleza psicológica (resiliencia, de hecho); conviene alegrarse por ello.

La Esperanza como motor

Decía José Luis Martín Descalzo, sacerdote y escritor, que «nunca están cerradas todas las puertas mientras estemos vivos». Resulta difícil de explicar pero, sin esperanza, nada acaba siendo posible.

Quizá porque los seres humanos somos animales semánticos: necesitamos que las cosas, nuestras acciones y nuestros anhelos tengan sentido. Y la esperanza es uno de los ingredientes clave en esa búsqueda de sentido.

Esta claro que no se trata de generar falsas expectativas ni de alimentar el llamado «pensamiento mágico», pero cuando la vida aprieta mucho un exceso de «realismo» puede ser, literalmente, mortal. La esperanza es la que ayuda a perseverar en el esfuerzo, a creer que vale la pena seguir luchando, esforzándose en aprender de cualquier situación.

Esta es la razón por la que, ante la adversidad, tantas generaciones han repetido una y otra vez aquel refrán popular que dice: no hay mal que por bien no venga.

«Hasta en la herida hay virtud curativa», afirmó Nietzsche, y las personas necesitamos creer en ello porque eso no solo impulsa la propia capacidad de afrontar las situaciones difíciles sino también la de acabar siendo mejores personas después de la tempestad.

No hay que ir muy lejos en busca de la esperanza porque, como cualquier cosa positiva de nuestra vida, esta ya nos acompaña. Y, del mismo modo que nadie encuentra lo que no busca, todos necesitamos recordar aquello que olvidamos mirar.

12 Claves para salir adelante cuando algo va mal

Aumentar la capacidad para aprender de cada circunstancia y de encontrarle su lado bueno es una cuestión de actitud. Tener presentes estos 12 consejos nos ayudará a desarrollar la resiliencia, una enorme fortaleza en situaciones complicadas:

  1. Distingue entre aquello que depende de ti y lo que depende de otras personas o circunstancias sobre las que no tienes control. Céntrate en lo que puedes hacer o decidir.
  2. No te resignes; adopta una actitud activa. Confía en que las soluciones irán surgiendo paulatinamente, momento a momento, día a día.
  3. Permítete sentir la frustración o la emoción intensa, pero sin dejar que esta se apodere de ti y te paralice.
  4. Ten presente cuál es la meta; define para qué o por qué deseas esforzarte y continúa haciéndolo.
  5. Alimenta la esperanza, pues ella otorga la fuerza para seguir adelante. Piensa que todo es posible, que todo saldrá bien, que el sufrimiento o los reveses no duran eternamente.
  6. Confía en ti, en tus propias capacidades. Cada persona lleva las soluciones dentro; solo necesitas que estas puedan salir a la luz.
  7. Recuerda que las dificultades pueden resultar formativas; sacarles provecho depende de ti. Cada revés ofrece la oportunidad de mirar hacia dentro e invocar los recursos íntimos. Las pruebas que soportamos nos muestran nuestra fuerza.
  8. Exigir que los acontecimientos sucedan como deseas conduce fácilmente a la frustración: evita esas expectativas, o al menos acéptalas como lo que son: solo un posible resultado.
  9. Busca la belleza, incluso en las situaciones más duras. ¿Quién ha dicho que lo «malo» es solo malo? Mejor déjate sorprender por la vida.
  10. Cuando la circunstancia adversa haya concluido o durante la misma, fíjate en todo cuanto has hecho para resistir y resolverla. Disfruta, si surge, de la sensación de triunfo.
  11. Pregúntate qué ha significado la experiencia para ti, qué has aprendido con ella.
  12. No dejes pasar la oportunidad de agradecer la ayuda o el afecto recibidos. Cuando no sea posible expresárselo a los demás, puedes hacerlo, al menos, internamente.

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