viernes, abril 19, 2024

RELACIONES TÓXICAS: Cómo terminar con ellas

Las relaciones son una fuente de apoyo y amor, pero si surge el conflicto pueden despertar mucho malestar. Mejorar nuestra comunicación y aceptar la discrepancia es clave.

La comunicación entre las personas podría compararse a una carrera de obstáculos que solo se gana cuando todos los participantes llegan juntos a la meta. Quienes participamos en un acto de comunicación tenemos un objetivo común del que somos igualmente responsables. Pero de algún modo tememos las ideas de los demás. Reconocerlo es el primer paso para abrirse a ellas.

Probablemente la calidad de nuestras relaciones incide más que ningún otro factor en nuestro potencial para ser felices y prosperar. Como seres sociales establecemos relaciones y la principal herramienta con que contamos para manejarnos en una relación es la comunicación.

La esencia del lenguaje es la de crear y mantener relaciones. La palabra comunicación ya integra los conceptos «acción» y «en común», y su objetivo sería el de lograr entendernos con diversos fines.

Sin embargo, llegar a acuerdos para colaborar no siempre es fácil. Sería tanto como pensar que alguien puede comunicarse solo porque puede hablar. En ocasiones ocurre que en los sistemas de los que formamos parte –familia, amigos, trabajo– y en los que interactuamos cotidianamente nos cuesta llegar a desenvolvernos bien con todas las personas.

Reconozcámoslo: existen personas en nuestro entorno con quienes nos encallamos repetidamente y de forma inexplicable y con quienes la comunicación se convierte en un acto difícil y a menudo infructuoso.

Todos tenemos en nuestro entorno a personas más o menos cercanas con las que, sin saber exactamente por qué, nos cuesta más comunicarnos.

La Comunicación conlleva conflictos

Decía Oscar Wilde que el egoísmo no consiste en vivir como nos parece sino en exigir que los demás vivan como nos parece a nosotros. Sucede así porque vemos el mundo a través de nuestros propios lentes: nuestra visión de la realidad es única y diferente a la del resto.

En PNL (Programación Neurolingüística) se refieren a esa cuestión hablando de mapas. El mapa no es el territorio que representa; en este caso constituye solo una aproximación personal. Vivimos los mismos acontecimientos de manera diversa, por eso el recuerdo de una experiencia compartida por varias personas puede parecerse bien poco, aunque tendamos a pensar que quienes la hayan compartido guardarán los mismos recuerdos.

En el caso de tratarse de personas de culturas o generaciones muy diferentes el mapa suele alejarse aún más, pues los procesos que realizamos para percibir o representarnos la realidad son todavía más distantes: lo que enfatizamos, lo que omitimos o lo que generalizamos de cada experiencia da lugar a resultados particulares.

Estas diferencias se hacen más evidentes cuando se manifiesta un conflicto porque tendemos a presuponer que existe una realidad verdadera –nuestro mapa o esquema mental–, así como que el otro posee referencias y maneras de pensar similares a las nuestras, que ya sabe a qué nos referimos y que, por tanto, debería entendernos de maravilla. De ese modo tendemos a simplificar la complejidad de las relaciones, cerrando el abanico de posibilidades que se abre en cada diálogo entre personas.

Competir o Colaborar

La vida es posible gracias a la cooperación. La perspectiva biológica de la evolución basada en la tesis de la competencia permanente entre las especies y en la supervivencia del más fuerte está dando paso a una visión centrada en la colaboración, como propone por ejemplo la bióloga Lynn Margulis.

Según estas teorías, hace millones de años los seres vivos integraron en su conducta los criterios de cooperación por el sencillo motivo de que les ayudaban a sobrevivir. De hecho existimos gracias a ello. Buscamos el bienestar agrupándonos con otros para conseguir fines más elevados.

Hemos evolucionado a partir de la asociación, del mismo modo que nuestros esfuerzos personales crecen y se multiplican en la colaboración. Pero colaborar y reunir esfuerzos en una misma dirección requiere coordinarse, escucharse y ver a los demás en su singularidad.

Como señalaba el militar y político israelí Moshe Dayan: «Si quieres la paz no hables con tus amigos, sino con tus enemigos».

Con las personas que tienen referencias diferentes a las propias existirán más fácilmente discrepancias a las que habrá que atender. Lo normal, de hecho, es que las haya.

El funcionamiento de un deporte de equipo o una empresa ejemplifica cómo pueden entenderse y colaborar personas singulares para conseguir complementarse, crecer con un liderazgo integrador y alcanzar un alto rendimiento.

Soluciones que no ayudan

Solemos abordar los problemas desde nuestra propia lógica o esquema personal de la situación. Ante una situación de desencuentro en la que nos solemos atascar es fácil que hayamos adoptado una solución errónea, aunque parezca racional, lo que lleva a seguir cayendo en la trampa una y otra vez.

Podemos llamar a este patrón «más de lo mismo». Un problema puede ser una dificultad a la que le hemos sumado una solución que no funciona. Con ella mantenemos y empeoramos la situación.

Un ejemplo de lo anterior sería no saludar a alguien esperando que sea el otro quien empiece e indignándonos si no lo hace; o evitar dar información a alguien por temor a ser preguntado consiguiendo que el otro nos haga un interrogatorio cada vez que nos ve.

7 Maneras de resolver conflictos con otras personas

Algunas trampas en las que solemos caer en nuestras relaciones con los demás hacen que nos sintamos molestias y entristezcamos al ver que nuestros intentos no funcionan. Realizar pequeños cambios nos permitirá vivir mejor:

  • Aceptar al otro. Cuando pedimos a otra persona que sea diferente no la estamos aceptando tal y como es. Podemos pedirle o hacerle saber lo que nos afecta, así como decidir si queremos estar con ella, pero sin pretender que cambie y sea otra persona.
  • Realizar peticiones claras. Es preferible hacer peticiones directas en vez de aguardar a que el otro nos lea la mente y se comporte conforme a nuestras expectativas.
  • Ofrecer reconocimiento. No se puede esperar el reconocimiento del otro sin darlo. En ocasiones esperamos que el otro dé el primer paso pero él no se pone en marcha. Empecemos nosotros aportando algo en bien de la relación; por ejemplo, diciéndole las cosas buenas que tiene o que nos gustan de él.
  • No buscar aprecio a toda costa. Conviene permanecer tranquilo y darse cuenta de que no siempre hemos de defendernos ante supuestos ataques. No le caeremos bien a todo el mundo, así que tampoco es conveniente esforzarse para que todos nos quieran.
  • Discernir qué se quiere. A quienes suelen ceder frente a los deseos de los demás cabe recordarles que esa es una buena manera de amargarse la vida. Pensar qué se quiere –y pedirlo– en lugar de evitar la confrontación puede ser un ejercicio muy terapéutico.
  • Ceder si hace falta. Cuando una situación se ha convertido en un pulso para ver quién puede más, ceder un poco a fin de reducir la tensión puede estar bien. En El arte de la guerra, el estratega chino Sun Tzu dice: «Solo el fuerte muestra debilidad».
  • Confiar en la capacidad ajena. Si desconfiamos de que el otro sea capaz de hacer alguna cosa, probablemente acabaremos haciéndola nosotros y quejándonos de que no nos ayudan. Eso equivale a pretender enseñar responsabilidad quitándola.

Las ventajas de discrepar

El desacuerdo en las relaciones es enriquecedor y, por tanto, deseable. Nos ayuda a debatir, a cuestionarnos, a explorar; en definitiva, a desarrollar y construir proyectos conjuntos. Y es que, como decía Rodindonde todos piensan igual, nadie piensa mucho. Es imposible vivir en el acuerdo continuo.

Si aparenta existir algo así, cabría preguntarse si no estamos estancados: resolviendo sin preguntar, imponiendo autoritariamente o callando y otorgando. A menudo la discrepancia se evita por miedo a caer en la discusión o por temor a la resolución violenta o a la propia reacción emocional ante el conflicto.

Tememos sus consecuencias: enfadarnos con otra persona, chillar, pasar un mal rato… Esas reacciones nos conectan con estados como la ira, la tristeza o la soledad, los cuales tienen la particularidad de movilizarnos.

A menudo evitamos el conflicto por temor a discutir, a ser juzgados o a nuestra propia reacción.

La ira, por ejemplo, puede ser provechosa cuando nos permite expresar lo que sentimos o defender algo en lo que creemos. En vez de reprimirla tendríamos que cuidar, en todo caso, de que se transforme en algo constructivo y no en agresión a los demás o a uno mismo.

Reprimir esos estados internos por juzgarlos malos o inadecuados solo lleva a posponer su expresión y a acrecentarlos. Las consecuencias pueden ser así mucho peores.

También es frecuente eludir el conflicto porque implica destinar energías a debatir cuestiones que a menudo no se resuelven al primer ni al segundo intento. Si desfallecemos en ese proceso es importante conectar con el beneficio que implica llegar a un acuerdo y pensar que, cuando se produzca, todas las partes quedarán más comprometidas y satisfechas, lo que fortalecerá la relación.

Valorar la intención del otro ante un conflicto o malentendido

Jean-Paul Sartre escribió que «El infierno es el Otro». Gregory Bateson diferenció entre dos dimensiones importantes en toda comunicación: la de la tarea y la de la relación. Podría decirse que ambas deben ser igualmente cuidadas a la hora de comunicarse eficazmente y relacionarse de manera armónica.

A menudo, cuando alguien nos critica por algo que hemos hecho solemos tomarlo como algo personal. Es decir, un comentario referente a una tarea lo podemos considerar un juicio a nosotros o a la relación.

Paul Watzlawick lo ejemplifica así: una mujer hace una sopa según una nueva receta y le pregunta a su marido si le gusta. Si no le gusta y responde simplemente «no» puede que cause un desengaño a su mujer.

En el plano exclusivamente objetivo la respuesta tendría que ser «no», pero en el plano de la relación sería mejor decir «sí», aunque eso podría provocar una confusión. De modo que el marido buscará alguna forma de salir del apuro sin decir «sí» o «no», es decir teniendo en cuenta el plano de la relación. Quizás una forma del tipo: «bueno, es distinta de otras, quizá ganaría con un toque de…».

Esto nos lleva a hablar de las trampas relacionales en las que tendemos a caer cuando intentamos solucionar una situación. En el caso de la sopa, la de evitar decir algo por temor al conflicto.

Una herramienta útil ante el conflicto es valorar la intención positiva.

Existen opciones creativas a la que podemos recurrir para poner de manifiesto nuestro desacuerdo sin dañar por ello la relación.

Cuando una parte percibe que otra ha dañado sus intereses sería bueno que considerase que una cosa era la intención de dicha parte y otra el resultado de su acción. Para ello ayuda separar el comportamiento del otro (gritarnos, regañarnos…) de lo que en realidad pretendía (convencernos, enseñarnos…). Probablemente buscaba un buen fin para él: quería estar tranquilo, que la tarea funcionara, etc.

CAMBIAR UNO MISMO: ¿Estoy contribuyendo al conflicto?

El segundo recurso útil consiste en investigar lo que hacemos nosotros mismos para colaborar y mantener un conflicto.

De algún modo es lo que nos permitirá descubrir un margen de responsabilidad para cambiar de estrategia. Y es lo más práctico, considerando que no vamos a cambiar a los demás y que estando en paz con uno mismo será más fácil que los demás no se enganchen con nosotros..

Por ejemplo, cuando repetidamente se produce un malentendido con alguien debería preguntarme: ¿cómo alimento yo ese malentendido? Puede que ataque o confunda al otro, o que no le esté dando espacio o reconocimiento.

Para sortear las consecuencias temidas del desacuerdo hay que cuidar de las partes y legitimarlas, sin enjuiciar al otro ni tomar los desacuerdos como algo personal. Hablar desde las propias necesidades y sentimientos: «Me siento molesto cuando me gritas», en vez de atacar: «Eres una histérica, solo sabes chillar».

Hay que evitar juzgar al otro o tomarse el desacuerdo como algo personal.

Darse cuenta de la propia vulnerabilidad y aceptar que nos equivocamos también nos permite entender mejor la de los demás y mostrarnos más flexibles.

Todo eso nos facilitará comprender, sentir de otra manera y, en consecuencia, tener un comportamiento menos limitante. La naturaleza, conocedora de que el conflicto forma parte de la vida y que requiere ponernos al servicio de la colaboración, nos recuerda que nuestra sabiduría también pasa por abrirnos a otras experiencias y dejar de esperar inútilmente que los otros tengan nuestras mismas prioridades.

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